por May 31, 2023

Lodo bueno, lodo malo

Esta historia corta fue publicada en el Patreon de Ediciones El Transbordador y además quedó en la segunda ronda de finalistas de la revista Clarkesworld

Hemos tomado contacto con el planeta Kepler-62e. Repito: hemos tomado contacto con el planeta Kepler-62e. No me lo puedo creer. Después de tanto tiempo viajando. Después de tantas estrellas y cometas dejados atrás. Después de tantos sueños profundos y eternos. Por fin he llegado. Miradme, no puedo ni contener mis lágrimas. Flotan alrededor mío como el acuoso fruto de mi paciencia. Dios mío, qué ganas tengo de bajar ahí abajo y tocar esa nueva tierra.

… 

La lluvia cae con la suavidad de una caricia de la madre-lluvia. He salido temprano para recolectar lotos para el desayuno y no tardo en encontrarlos flotando con sus pétalos abiertos como manos misericordiosas. Me estaban esperando. Y yo les doy las gracias por su paciencia. Extiendo mis escurridizos dedos y me concentro para recogerlos. Pero hoy mi cuerpo necesita de más tierra. Soy demasiado líquida bajo la lluvia y me cuesta poder agarrarlos con la fuerza suficiente. Incluso los diminutos peces turquesas que nadan entre las aguas pasan a través de mi cuerpo, jugueteando entre los flotantes órganos mientras me insultan por mi falta de solidez.

Hoy soy lodo malo. Hoy soy cuerpo inútil.

Tras varios intentos fallidos, decido volver a mi casa y buscar más tierra con la que poder mezclarme y obtener una forma más sólida. Pero la temporada de lluvias ha sido copiosa estos ciclos («Loada sea la madre-lluvia», como diría el sacerdote) y todos estamos sufriendo la escasez del cuerpo del padre-barro.

Me dejo deslizar por los riachuelos que cubren el suelo como las venas de este mundo, saludando a los demás que buscan también el sustento de la mañana. Algunos de ellos han tenido la suerte de tener suficiente capacidad sólida para agarrar algunas flores que ya estaban desprendidas o algún que otro insecto distraído que se ha rendido ante el lodo de nuestros cuerpos. 

—¡Agfa! —me saluda uno de estos afortunados mientras se mete una flor rosada en su boca, haciéndola desaparecer en su espeso lodo—. ¡Se ha encontrado algo de tierra! ¡Loado sea el padre-barro! Está detrás de la casa del sacerdote, ¡apresúrate antes de que te quedes sin nada! 

Le doy las gracias a mi generoso vecino (de los que escasean tanto como la sólida sustancia) y me impulso en la superficie del riachuelo. Sé que estoy perdiendo más tierra y ganando más agua con este movimiento, pero si consigo llegar a tiempo habrá valido la pena el pequeño sacrificio. 

Hoy no quiero ser lodo malo. Hoy quiero ser lodo bueno. Lodo que encuentra. Lodo que tiene forma. 

Lodo que puede sostenerse por sí misma. 

… 

Cámara grabando y retransmitiendo. ¿Estáis recibiendo esto? Es tal como habíamos visto en las imágenes: el planeta está cubierto por una masa marrón que sin duda es tierra. Mirad la cantidad de nubes que hay ahí abajo, es increíble. Y donde hay agua en tanta cantidad y por tanto tiempo, seguro que debe florecer la vida. ¿Qué clase de flora y fauna me encontraré allí abajo? No puedo esperar a presenciarlo con mis propios ojos.

… 

Llego tarde. Detrás de la casa del sacerdote solo quedan minúsculos granos de polvo que flotan en el aire. Son los únicos testigos de un saqueo perpetrado por decenas de manos que ansiaban ser un poco más corporales. Los tomo en mi lengua, pero no noto ningún efecto nuevo. Necesito seguir buscando. 

—Debemos ser pacientes, pronto se encontrará más barro —dijo una voz crujiente a mis espaldas. 

Me giro sobre mí misma y me inclino ante el sacerdote sin subir la mirada. La textura de su voz le delata. Su cuerpo tiene la consistencia que todos envidiamos pero nadie debe admitir. La envidia solo te hace más líquida. El barro es fuerte en él. El color pardo es palpable solo con la vista, y tan cerca de sus pies podía distinguir hasta los trozos de tierra que se iban disolviendo con parsimoniosa lentitud. Alrededor de su cabeza se sostiene con firmeza la corona de ramas, flores e insectos, algunos de ellos todavía moviendo las patas en una plegaria constante. Una plegaria para encontrar más sustento. 

—Sacerdote, ¿por qué tenemos que sufrir tanto para encontrar barro seco? —le acabo preguntando, incapaz de controlar esta lengua de lodo malo que se mueve con demasiada facilidad y descontrol—. Si el mundo fue creado por la madre-lluvia y el padre-barro, ¿por qué es tan fácil encontrar una y tan difícil el otro? 

—El padre-barro es sabio, pequeña Agfa —me dice el sacerdote con un gesto de su mano sólida, apuntando al suelo ya vacío de sustento—. Si se encontrara tierra con tanta facilidad, nos tornaríamos duros y sin capacidad de movimiento. Es el agua de la madre-lluvia lo que nos permite movernos con libertad y es la tierra del padre-barro lo que nos da la capacidad de tomar solo lo que verdaderamente necesitamos. Recuerda, no lo que queremos, sino lo que necesitamos. Esa es la sabiduría del padre-barro y la madre-lluvia.

Asiento en silencio, dejando que las palabras del sacerdote mueran en su propia boca de lodo bueno. Qué fácil es para él decirlo. Ya tiene su estómago lleno, mientras el mío borbotea con el doloroso deseo del que anhela tener firmeza. Pero esta vez consigo controlar mi lengua y dejo escapar una respuesta automática. La única que habría escuchado el sacerdote en cualquier caso. 

—Loados sean el padre-barro y la madre-lluvia. Loado sea el lodo que nos da forma. 

… 

Fascinante, pero no en el buen sentido de la palabra. Si amplío lo suficiente se puede ver que lo que creíamos que era tierra es más bien una masa de barro. Hay mucha más agua de lo que pensaba, debe de haber llovido durante cientos de años para que todo se haya convertido en ese lodazal. Esto complica mucho el aterrizaje. Rápido, necesito hacer nuevos cálculos o este eterno viaje va a acabar con la nave sumergida entre todo ese espeso lodo. 

… 

Con las manos igual de vacías, retorno a mi propio hogar para mantener mi fluida forma. Me he movido demasiado por los riachuelos. Debo tener cuidado si quiero seguir siendo yo misma cuando despierte del sueño. 

Mi casa, como la de todos aquí, es un agujero en la roca tras haber sido vaciado de todo barro e impurezas. Roca es al final lo que nos espera debajo de toda la masa de agua y de lodo. Roca es lo que nos recuerda lo que no podemos ser ni conseguiremos superar. Es la barrera natural de los dos dioses que nos susurran al oído: «Aprende a vivir donde has nacido, porque no hay nada más allá de la inalterable piedra». 

Entro en mi agujero y encuentro a mi madre agazapada por el dolor del hambre. 

—Agfa, ¿has podido traer algo de alimento? —dice sin darse la vuelta, con los ojos flotando dentro de su cabeza, luchando inútilmente por no pensar en lo que le atormenta. 

—Nada —contesto en voz baja—. Hay flores de loto al oeste del lodazal, pero sigo siendo demasiado líquida para poder llevármelas. Sus raíces son muy fuertes y se han arraigado a las rocas subterráneas. 

Los ojos de mi madre se paran durante un momento, como si hubiera encontrado por fin la paz tras la declaración de mi derrota. Como si el hecho de que no se pudiera hacer nada fuese la respuesta definitiva a un sufrimiento que lleva generaciones morando entre nosotras. 

—Seguiremos buscando —acaba diciendo mientras se arrastra por el suelo como un charco. Ella tampoco es capaz de mantenerse sólida—. El padre-barro y la madre-lluvia no nos abandonarán. Pronto encontraremos tierra con la que volvernos más sólidas. Así ha sido desde que nos alzamos de entre el lodo, y así será por el resto de los tiempos. 

Me quedo callada una vez más, luchando para no decir lo que realmente pienso tras la mentira que mi madre ha pronunciado. De todo mi cuerpo amorfo y líquido, lo único que irónicamente parece que puedo controlar a la perfección es mi lengua, que siempre tiene el deseo de formar palabras cargadas de rebeldía.

En un mundo donde se me escurre cualquier indicio de control, lo único que le da sentido a mi existencia se reduce a esta pequeña libertad: decir o callar lo que quiero.

—Seguiré buscando por la mañana —contesto mientras la ayudo a meterse dentro de su propio agujero, una formación interna de nuestra casa para contener nuestras formas más frágiles. Muchos, llevados por la desesperación, habían intentado dormir fuera de los agujeros y acabaron disueltos por la lluvia y las corrientes. 

—Pero no te marches demasiado lejos, Agfa. No quiero que te pase lo mismo que a tu padre. 

Mis ojos, a riesgo de hacerme desaparecer, se humedecen. Cruel broma de este diseño divino, que nos hace ser incluso más solubles si la tristeza nos posee. ¿Qué querrá decirnos la madre-lluvia con esta lección? 

Me meto en mi propio agujero y me quedo mirando por la oquedad de este hogar infame que me aprisiona. Mis ojos todavía escuecen con las lágrimas que quiero impedir que caigan. Pero el dolor es demasiado real. Es demasiado fuerte. 

Desde la oscuridad del firmamento, un punto de luz llama mi atención. Parece una estrella, pero se está moviendo demasiado rápido. 

Y su luz parece brillar con más fuerza que ninguna otra. 

… 

La atmósfera es muy fuerte. Está quemando la nave con demasiada rapidez. ¡Me estoy abrasando aquí dentro! ¿Habéis encontrado ya un punto de aterrizaje estable? Si no lo hacéis acabaré muerto antes incluso de haber llegado al planeta. ¿Es eso lo que queréis? No, no voy a bajar mi voz ni voy a calmarme. Mi vida depende de este momento. Una vida que he sacrificado por vosotros y este aterrizaje. ¿O es que deseáis que me muera sin haber pisado siquiera Kepler-62e? ¡Pues eso es exactamente lo que vais a conseguir si no me ayudáis! ¡Daos prisa! 

… 

Salgo del agujero que me contiene y sigo a la estrella parpadeante.

Los sacerdotes nos contaban que las luces del cielo son los incontables ojos de la madre-lluvia. Que su mirada nunca deja de posarse sobre sus queridos hijos, y por eso brillan por nosotros, para que no olvidemos que ella está ahí protegiéndonos desde las alturas de su oscuridad. 

—¿Y qué pasa con la mirada del padre-barro? —muchos preguntábamos cuando apenas éramos un charco de lodo andante, cuestionándonos si el padre de la tierra también nos miraba desde las profundidades de nuestros hogares. 

—El padre-barro es ciego —nos decían los sacerdotes con una sonrisa estúpida, como si la misma respuesta pasada de generación en generación fuese de por sí algo que admirar aunque no comprendieses—. ¿Para qué necesita el padre-barro ojos cuando pisamos su cuerpo todos los días? Él nos siente, y nosotros a él. 

Odio al padre-barro. Ciego o no ciego, lo odio por darme esta forma sin compromiso. 

Mis pensamientos me retorcían el cuerpo. Solo un lodo malo pensaría así de su dios. Soy lodo malo. Soy lodo malo. Y me merezco su castigo.

Sigo la estela de la estrella que se mueve. La sigo porque quiero preguntar al ojo de la madre-lluvia, y saber directamente de una diosa, qué se siente al no tener que controlarse nunca y aceptar que siempre será líquida. 

Me deslizo entre las corrientes, saltando de riachuelo en riachuelo hasta adentrarme en el Pantano de los Profundos. No debería haberlo hecho. Aquí las únicas que sobreviven son las plantas que hunden sus raíces en las profundidades más inalcanzables y toman el sustento al que nosotros jamás podremos llegar. Si yo lo intentara me acabaría perdiendo entre las corrientes, y la poca tierra de mi cuerpo se disolvería hasta que no quedara nada de mí.

Pero el recuerdo de mi padre parecía seguir flotando sobre esta superficie líquida. Él vino aquí en búsqueda de sustento para no regresar jamás. 

No tengo tiempo de seguir humedeciendo mi cuerpo. Tengo que alcanzar una estrella que cada vez brilla más y más y más. 

¿Me estás mirando a mí, oh madre-lluvia? ¿Vas a dar por fin una respuesta a este cuerpo de perfecta imperfección? 

… 

¡Mayday, mayday! ¡La atmósfera ya me ha atrapado y estoy cayendo como una piedra en el agua! ¡Necesito que encontréis ya ese punto de aterrizaje o no voy a salir de esta! Dios mío, no quiero morir ahora. No cuando estoy tan cerca de llegar. No después de todo lo que he sacrificado y dormido. Tantos años perdidos en la oscuridad del espacio… No lo permitiré. Tendré que utilizar la propulsión para evaporar toda el agua que pueda y aterrizar en alguna de esas rocas sumergidas. Es la única opción que me queda. Recemos a Dios para que funcione. ¡Iniciando aterrizaje de emergencia! 

… 

Mis ojos no me fallan: la estrella se está acercando. 

He deseado toda mi vida conocer a la madre-lluvia y poder cuestionarla sin intermediarios que cambien mis palabras acuosas. Pero ahora que ha llegado el momento siento que me invade el más terrible de los miedos. ¿En qué estoy pensando? ¿Cómo puedo ser tan osada de querer preguntar a una diosa directamente y salir indemne de mi orgullo?

Pero ya es demasiado tarde. El ojo de la madre-lluvia cae en vertical, dirigiéndose decidida a estrellarse en el centro del pantano. Y yo estoy aquí abajo, decidida a darle la bienvenida que se merece una diosa. 

Admiro cómo aparece la gran bola de luz cegadora, rompiendo el firmamento y las nubes frente a su imparable paso. 

Admiro cómo el cuerpo reluciente de la estrella, pulida como una piedra en un riachuelo, desciende sin miramientos. 

Y admiro, con el mayor de los temblores de mi amorfo cuerpo, cómo, de la parte inferior de la estrella, salen aquellas lenguas rojas que bailan al son de un acto divino. Y a pesar de estar lejos en la distancia, enseguida me llega la ola de calor que hace que mi cuerpo hierva en pequeñas y dolorosas burbujas. 

¿Es este el poder de la madre-lluvia? Su calor me abrasa. ¿No se supone que es una diosa benevolente? ¿Por qué entonces me hace tanto daño? 

Aquellas lenguas rojas, naranjas y amarillas furiosas comienzan a lamer la superficie del agua del pantano, evaporándola con tal violencia que las nubes de agua se acumulan en un cuerpo etéreo blanquecino. Mi propio cuerpo siente pena por aquellas aguas, en las que fácilmente podrían hallarse los restos de mi padre y la de muchos otros que buscaron sustento. 

El agua hierve y hierve, desapareciendo bajo la voluntad imparable de la estrella. ¿Qué está intentando hacer la madre-lluvia? ¿En dónde quiere posar su impenetrable mirada? 

Mi cuerpo, ardiente de deseo y de burbujas, es testigo de la respuesta.

Cuando toda el agua desaparece bajo las lenguas de poder, una gran masa de tierra aparece. Y es tan seca y tan libre de humedad, que mis ojos no pueden comprender que sea posible. 

Ya lo entiendo: la madre-lluvia busca desesperada al padre-barro. Y es su boca y no su mirada lo que consigue que se reúnan por fin. 

… 

¡Soy el mejor! ¡Soy un genio! ¡Soy Dios! ¡Así es cómo se hace! ¿Habéis visto eso? ¡Así es cómo hacemos las cosas en las fuerzas espaciales! Vosotros hacéis cálculos desde millones de años luz de distancia, pero yo soy el que aquí toma decisiones y encuentra respuestas sólidas. Nadie podría decir que llevo tanto tiempo solo. Me dijeron que había altas posibilidades de que me volviera loco. Pero aquí estoy, tomando decisiones de vida o muerte. Pero tengo que calmarme. Aún tengo que ver cómo estoy de combustible. OK, he quemado más de lo esperado, pero me queda suficiente para hacer el viaje de regreso. Soy temerario pero no estúpido. Llegó el gran momento para la humanidad. Qué lástima que esté aquí solo. Pero bueno, es el precio de la fama y la gloria. Voy a comenzar el tan ansiado descenso. 

… 

El cielo ha besado la tierra. 

La estrella, ahora libre de aquella extraña sustancia radiante de calor, se posa sobre la tierra más seca que jamás haya visto. Es tan sólida que ni siquiera las grandes historias de la antigüedad podrían haber hecho justicia a lo que estoy presenciando. 

Pero estoy harta de mirar. Quiero tocar la tierra. Quiero tener por fin más forma. Me acerco al gran montículo y, con mis manos todavía calientes, tomo la tierra en mi cuerpo. 

Cada grano de tierra es absorbido con un hambre atroz. La fluidez de mi cuerpo, aquel lodo malo, malo, malo, empieza a transformarse con rapidez, dejando atrás la inconsistencia y la esclavitud de la forma sin forma y convirtiéndose en un lodo bueno, bueno, bueno. 

Mi cuerpo se torna más sólido. Más real. Más anclado a esta realidad de la que siempre me he sentido sin control ni voluntad. ¿Es esto lo que la boca de la madre-lluvia me quiere dar? ¿Un regalo a mi afrenta, a mi cuestionamiento, a mi profundo deseo de ser algo más que líquido de ella y más como el padre-barro? 

No recuerdo haberme sentido tan sólida en toda mi existencia. A mi lado una flor en el camino me observa maravillada. Y yo, para poder probar mi nuevo cuerpo, la arranco del suelo con la facilidad de quien se disuelve en el mar. La firmeza de mi puño es temible. Pero es un poder que empuño con orgullo. Abro la boca y devoro la flor, masticándola y sintiendo su cuerpo rendirse ante la más sólida de las voluntades. 

Cuánta hambre es saciada. Cuánto cuerpo es formado. 

Si este es el resultado de mi osadía: ¡ojalá lo hubiera hecho mucho antes! 

Debo darle las gracias a la madre-lluvia y al padre-barro. Debo acercarme a esta estrella y abrazarla con estos nuevos brazos. Ellos me han dado esta nueva vida y este nuevo cuerpo. Y lo voy a utilizar para venerarlos como es debido. 

… 

Tanque de oxígeno colocado y escafandra ajustada. Mirad cómo tiembla mi cuerpo. No soy capaz ni de controlar mi emoción. He pasado tanto tiempo durmiendo, tanto tiempo esperando… ¿cómo puedo expresar lo que he ansiado este momento? Las palabras siempre fallan en el peor de los momentos. ¿Cómo hizo Armstrong para sacar fuerzas y pronunciar aquellas palabras inmortales? Quizás fue pura improvisación, quizás fue la adrenalina hablando por él. Lo averiguaré pronto. Abriendo compuertas. 

… 

Mis pasos se arraigan con firmeza. Jamás había pisado tierra firme. Solo había tocado el lodo denso, los granos individuales, pero nunca algo tan inmensamente duro. Y por cada paso que doy, mi cuerpo no puede evitar tomar un pedazo de tierra con él. ¿Cómo negarme a este regalo? Quiero más, y los mismos dioses me lo están ofreciendo a mis pies. 

Cuando ya estoy al lado de la estrella, reluciente como el agua bajo las lunas, mi cuerpo se ha convertido en algo más que lodo. Tengo tanta solidez que me estoy transformando en otro ser. Mucho más dueña de su voluntad que la inconsistencia de lo líquido. He superado a mis predecesores. 

Abro mis nuevos y sólidos brazos, y me dispongo a abrazar a quien me lo ha dado todo. 

Entonces la boca de la estrella se abre. 

Y yo me quedo aquí, de pie ante la presencia de una diosa revelándose a su amado. Y lo que tengo frente a mí es un ser que trasciende todo lo que mi mente de agua y barro podría imaginar. Por eso ella es algo más y yo soy algo menos. Por eso hay dos tipos de lodo, y ella es algo más que lo sustancioso y lo tangible. 

El cuerpo que emerge de la estrella es blanco como los pétalos de una flor recién nacida de entre aguas cristalinas. Su consistencia es sólida, aunque no parece ser una planta, ni un insecto, ni un pez… ni siquiera lodo como yo. Y su cabeza es un gran ojo que lo refleja todo como el mar del horizonte. Un ojo que lo ve todo. Que me ve a mí. 

Y lo que ve, le desagrada hasta lo más hondo de su existencia. 

… 

¡Oh, Dios mío! ¿Qué es esa cosa? ¡Oh Dios, oh Dios, oh Dios, es horrible! ¿Estáis viendo esto? ¿Estáis viendo a esta asquerosa criatura? ¿O es que acaso me he vuelto realmente loco por el viaje? No, es demasiado monstruoso como para ser producto de mi imaginación. ¡Que alguien me ayude! ¡Por eso deberíamos haber traído armas a este planeta! Sabíamos que encontraríamos agua y formas de vida, pero esto no estaba dentro de nuestros cálculos. ¿Cómo puede sobrevivir una criatura tan abominable hecha de barro? ¡No te acerques a mí! ¡No! 

… 

Oh, diosa madre-lluvia, ¿qué he hecho para transmitirte tanto asco? ¿Acaso no fuiste tú y el padre-barro quienes me disteis esta forma? ¿Por qué regalarme tanta tierra si luego me muestras tanto rechazo? ¿Por qué me das la posibilidad de ser abrazada si luego vas a empujarme? 

Mira mi cuerpo, madre-lluvia. Contémplalo, porque esta es tu creación compartida. Siempre lo he cuestionado y siempre lo he rechazado, pero ahora que soy más sólida te lo quiero enseñar. Mira, ven y tócame. Bendíceme con tu reconocimiento divino, con tu tacto celestial que me dé la prueba de que hemos sido hechos a vuestra imagen y semejanza. 

¿Qué quieres de mí? ¡Aléjate por favor! ¡Si entiendes algo de lo que te estoy diciendo, márchate de aquí y déjame en paz! Oh Dios, no puedo más, se está acercando a la nave. ¡Se quiere meter dentro! ¿Es que nadie va a hacer nada? ¿Es que nadie puede ayudarme? 

… 

Me sigues rechazando, pero no pienso dejar que te marches sin antes haberte mostrado mi agradecimiento. Sin antes haber recibido tu aprobación. 

Con mi nueva mano de lodo bueno, bueno, bueno, agarro la tuya, y la siento como el más extraño de los tactos. Debe de ser el material del que está hecho el cielo estrellado, porque no encuentro palabras que puedan describir esta textura tan lisa y firme a la vez. 

Tomo tu brazo y lo poso sobre mi cabeza agachada para que tu marca se quede sobre mi cuerpo. Para que esta sea una muestra de tu llegada y de tu bendición. 

Pero cuando alzo la vista veo lo que tú estás viendo. En tu gran ojo redondo como el sol y la luna, me veo reflejada a mí misma. 

¿Es esto lo que siempre he sido? ¿Lo que somos para vosotros? 

Ahora lo entiendo todo. Somos producto de vuestro amor, pero eso no significa que nos améis. 

… 

¡Me ha tocado! ¡Me ha tocado y encima me ha obligado a tocarlo! ¡No puedo más, me marcho de aquí! ¡No pienso estar un segundo más en este infierno! ¡Enviad a otro desgraciado a esta tierra de lodo y mierda, porque yo regreso a casa!

Como si contestaras a mis pensamientos, me das una patada para alejarme de ti. Caigo al suelo de tierra seca, mi cuerpo todavía húmedo absorbiéndola, porque no sabe hacer otra cosa que devorar aquello que siempre ha anhelado. 

Te repugna mi presencia. No lo dices con palabras, pero te puedo escuchar con ese lenguaje corporal tuyo tan claro como las aguas caídas del cielo. Eres una diosa, ya lo comprendo, y por eso el resultado terrenal de haberte acostado con el padre-barro te resulta deplorable. 

¿Cómo podía saber que soy impura si nadie me lo ha dicho jamás?

Así que nunca ha habido lobo bueno y lodo malo. Solo hay malo. Malo. Malo. Malo. 

Te metes de nuevo dentro de la boca de la estrella mientras sus labios se van cerrando. Veo tu ojo todavía mirándome, reflejando el cuerpo del que por fin estoy orgullosa pero que ha sido empujado a una vida de miseria y hambre. 

La boca se cierra, pero yo no voy a dejar que te marches. Quiero tus respuestas. Quiero tu reconocimiento. Y lo voy a conseguir. 

Tomo más tierra en mi cuerpo para volverme lo suficientemente dura para golpear la estrella. Confío en mi nuevo y desconocido cuerpo. Golpeo la estrella con todas mis fuerzas, pero cada choque contra la brillante roca solo hace que se esparzan fragmentos de mi lodo por todas partes. Esta es la lluvia de la carne y la decepción. 

¡Ábrete y háblame de nuevo! ¿Qué es lo que quieres de nosotros? No, ¿qué es lo que quieres de mí? 

¡Me está atacando! ¡Esta criatura es violenta! ¡Activando protocolo de emergencia! ¡Esta nave retorna a la Tierra y ya vendrá otro a sustituirme en este infierno del que nadie me ha avisado! ¡Mirad cómo golpea! ¡Mirad cómo quiere matarme! ¡Aquí solo hay muerte y demonios! ¡Aquí solo hay un infierno sin nombre! ¡Motores al máximo! 

… 

Una vez más emergen aquellas hojas rojas que arden como el mismísimo sol lejano. Como si lo tuviera en mis propios pies, y me infligen el más poderoso de los dolores.

Me das una respuesta, pero no la que te estoy pidiendo.

Y entre todo ese ardiente dolor de calor imposible, siento algo distinto.

Siento la dureza de mi cuerpo más allá del lodo saciado de tierra. Algo está cambiando en mí bajo ese divino poder. 

La estrella se empieza a elevar del suelo, subiendo más y más hacia el firmamento. Y aunque intento agarrarte para que permanezcas en la tierra, tu fuerza es mucho mayor que la mía. Sé que no puedo luchar contra una diosa, pero no puedo dejar de intentarlo. 

Y aunque debería haberme rendido cuando mis manos te soltaron, lo que hago es absorber más tierra y más tierra. Porque tú me la has dado con un propósito, y eso es lo que voy a hacer: tomarla sin miramientos y luchar para que no te marches. 

Crezco hasta volverme grandiosa. Crezco hasta convertirme en una montaña de lodo, tomando conmigo la humedad de los alrededores y la tierra de las profundidades para someterme a la voluntad de atraparte. No dejaré que te marches. No después de haberme despreciado. No después de haberme dado todo esto y no darme explicaciones. 

¡Santo cielo, está creciendo! ¡Esta criatura está creciendo frente a mis ojos! ¡Necesito más velocidad o me va a atrapar! ¡Oh Dios, no quiero morir! ¡No quiero morir bajo las manos de esa criatura de lodo y arcilla! ¡Prefiero retornar a la oscuridad del espacio antes que dentro de las fauces de ese demonio. ¡Voy a quemar todo el combustible! Ya vendrá otro a sustituirme. Ya vendrá otro a derrotarte como se merece una bestia como tú. Llamadme cobarde, pero yo no sacrifiqué mi vida por esta pesadilla de planeta. ¡Adiós, para siempre jamás, criatura abominable! ¡Adiós y espero no verte nunca más! 

… 

Estiro mis brazos hacia ti, implorando que regreses y me aceptes, rogándote que no me dejes sin respuestas ante este nuevo cuerpo que poseo. 

Pero lo único que consigo de ti es el fruto de tus lenguas que queman mi nueva carne. Y yo ardo, y ardo, y ardo al mismo tiempo que me endurezco, endurezco y endurezco. 

El calor es insufrible. Pero aunque agonizo cada vez que aquella sustancia intangible me toca, sigo intentando agarrar la estrella. ¿Cómo puedo dejar escapar a la madre-lluvia una vez he presenciado cómo toca al padre-barro? No lo puedo permitir. 

Pero al final todo es en vano. La estrella, propulsada en el aire por las lenguas de vivos colores, se va alejando y alejando, hasta que solo queda la espesa nube gris del abandono. 

Y yo me mantengo erguida en mis nuevas alturas. Mi cuerpo ha trascendido el lodo bueno y el lodo malo. Ahora soy tan dura como la piedra que nos impide llegar a la tierra. Ha sido el dolor de ser abandonada y rechazada por el calor lo que me ha transformado. ¿Es esta una última bendición de los dioses, o es la maldición final por mis pecados?

Endurecida y lisa como una piedra en el río, me quedo mirando desde las alturas el pequeño mundo que me ha contenido toda la vida. Y entiendo al momento que todo es agua sucia y sin voluntad. Este mundo es un constante esfuerzo por sobrevivir otro día más entre los agujeros y las corrientes. 

Y lo peor de todo es que hemos sido nosotros mismos los que hemos inventado una razón para nuestro amorfo sufrimiento. 

En la lejanía veo las manchas borrosas de los míos que se deslizan entre las aguas. Están viniendo a mí con sus cuerpos de lodo. Quieren conocerme. Quieren contemplarme. Y cuando se acercan lo suficiente los escucho proclamar hacia mis alturas: 

—¡Padre-barro, padre-barro! ¡Aquí está el padre-barro! 

¿Qué están diciendo? ¿Por qué me llaman por un nombre que no es el mío? Quiero contradecirlos, explicarles lo que ha ocurrido con la llegada de la madre-lluvia. Pero en su lugar, me doy cuenta de que mis labios, que antes fluían como las aguas de la superficie, están sellados por el lodo endurecido. 

Mi cuerpo ya no puede moverse. 

Y sin poder hacer nada, contemplo como los míos adoran mi rígida y nueva existencia, postrándose ante mi sólida forma que les desmuestra que su dios de la tierra existe y que ha decidido alzarse ante ellos. Incluso el sacerdote llora a mis gigantescos pies, pidiéndome clemencia y conocimiento. 

Mi madre también está presente, juntando sus manos líquidas en una oración sin forma. ¿Qué me estás pidiendo, madre? ¿A quién estás rezando? ¿Ya has olvidado mi nombre para poder pronunciar el del dios que tienes delante?

Por una vez en mi vida quiero llorar y sentir la humedad de mi cuerpo. Pero mis ojos de lodo duro ya no me lo permiten. Esa es la ironía de la voluntad divina. De obtener lo que necesitamos y no lo que queremos. 

Aquí es donde permaneceré para siempre: con los brazos en las alturas en un gesto de alcanzar aquella estrella ardiente, con mis hermanos y hermanas de lodo postrándose para conseguir de mí respuestas silenciosas, y con mi mirada petrificada que sigue buscando una manera de hacer llegar este mensaje: «No hay lodo bueno ni lodo malo». 

Solo somos agua y tierra que busca la perfecta proporción de una existencia abandonada. 

—¡Loada sea la madre-lluvia! ¡Loado sea el padre-barro! —siguen gritando los míos, sin poder escuchar mis palabras sólidas y carentes de humedad.

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