Mi corazón es una mazmorra
Esta historia corta ha sido publicada en el séptimo número de la revista de ficción especulativa, fantasía y terror Mordedor
Ba-dum, ba-dum
Adentraos, aventureros. Mi mazmorra os estaba esperando.
Las paredes de piel y hueso no fueron un obstáculo para vosotros tres: guerrero, mago y sacerdotisa. Para eso habéis llegado tan lejos, con vuestras armas brillantes como rayos de plata, vuestros hechizos ronroneando como animales domados, y vuestros ropajes celestes como océanos de conocimiento. Habéis llegado lejos para este momento, y ahora demostraréis que vuestra aventura ha sido algo más que la vanidad de empuñar espadas y recitar hechizos de infinitas palabras.
Separáis con vuestras manos el bosque de huesos, blancos como vuestros rostros al verme latir. Estoy vivo, eso ya lo sabéis. Pero aún así, cuando me veis ahí flotando, como una nube sanguinolenta que rezuma ritmo, dudáis de vuestra capacidad para derrotarme.
No hay mucho tiempo, aventureros. Cada atisbo de duda será pagado caro.
El mago sacude su cabeza, espantando los fantasmas de la derrota que nunca se marchan del todo. La sacerdotisa respira con lentitud, aunando las fuerzas necesarias que requiere para su sagrada misión.
Pero el guerrero toma la espada sin tiempo para dudar. Hace la primera incisión en mi carne y abre las puertas palpitantes de mi mazmorra.
—Vamos —escucho decir—. Tenemos mucho que hacer.
Ba-dum, Ba-dum, Ba-dum.
La primera cámara os da la bienvenida entre un charco de sangre que os llega hasta las rodillas. Vuestro mago tiene que hacer un encantamiento para hacerla desaparecer en un vórtice a otro mundo, secando vuestras botas y vuestros trajes celestes.
Mi mazmorra late con vosotros en la oscuridad. Sentís el pulso bajo vuestros pies y en vuestras manos, alzando y descendiendo cuerpos a mi merced.
—Más luz.
La sacerdotisa produce el encantamiento para iluminar las cálidas paredes que ahora os encierran. Contempláis con miedo el interior de una futura tumba de carne. Incluso detrás de vuestros gruesos yelmos, podéis oler la sangre y sentir el hierro sobre vuestras lenguas.
Vamos, aventureros. Daos prisa. Los monstruos os esperan.
Os movéis indecisos entre la primera cámara, incapaces de encontrar lo que andáis buscando. Sabéis que tienen que estar en algún lugar, pero ni los más poderosos hechizos os pudieron decir la localización exacta. Porque lo que teníais que matar no se quería mantener quieto. No podía, ni lo deseaba.
—Aquí hay uno —anunció el mago.
Un leve giro de cabeza bastó para verlo pegado a la pared de la mazmorra: un coagulante y grotesco ser sin deseo de poseer una forma fija. Se trataba de un elemental de sangre estancada cuyo el único objetivo era el de obstruir caminos, latidos y vidas. Y cuando se sintió observado os aulló, escupiendo sobre vuestras armaduras las blasfemias de quien no quiere ser aceptado ni arrancado de su lugar.
Os mirasteis un segundo y sonreísteis por debajo de vuestros yelmos y capuchas. La criatura era mucho más pequeña de lo que pensabais. Casi pude escuchar una risa escapándose de vuestros labios. Pero os controlasteis, no podíais permitiros la victoria. Todavía no.
Tomasteis vuestras armas y hechizos y os enfrentasteis contra mi primer obstáculo, uno de los monstruos de los muchos que os habían prometido derrotar. La gloria y la adrenalina os llamaba a las puertas, y yo estaba para contemplar esa habilidad de la que tanto había oído hablar y admirar.
Agarrasteis su cuerpo con guanteletes enfundados, y con lanzas y espadas como relámpagos nocturnos atravesasteis al monstruo. El ser amorfo aulló, clamando ayuda a los otros que sabíais que le acompañaban, pero que permanecieron en su escondite como los cobardes que eran. Para ellos, cuyo único propósito era bloquear las entradas de esta mazmorra y hacerla aún más impenetrable, no había leyes de lealtad ni normas que obedecer.
Este era el reino de los monstruos, y aún os quedaban muchos a los que vencer.
El coágulo fue derrotado por vuestras expertas manos. El miedo que antes os estaba poseyendo fue menguando hasta desaparecer en un suspiro de alivio. Sí, demostrasteis que erais capaces. Solo teníais que recordar cómo llegasteis hasta aquí, y que la aventura es un camino angosto y lleno de infortunios que nunca acaba del todo.
—Sigamos explorando —dijo la sacerdotisa mientras el mago le secaba el sudor de la frente—. Aún tenemos que comprobar qué más hay en este corazón.
Mi carne latía impaciente. ¿Seriáis realmente capaces de superar mi mazmorra? Pero con este pensamiento y deseo, algo brilló entre la sangre bombeante, meciéndose plácidamente de un lado a otro como un niño en su cuna. No debía bajar la guardia ni desear fuera de lugar. Ellos eran aventureros, pero yo soy solo un obstáculo a ser superado. Un hueco donde encontrar un cofre con la promesa de un tesoro. Eso soy yo: una mazmorra de la que fanfarronearse una vez ha sido derrotada.
Daros prisa, aventureros. Porque lo más difícil está aún por llegar.
Ba-dum, ba-dum, ba-dum, ba-dum
Os movisteis entre las tres primeras cámaras con renovada decisión. Esa necesaria victoria contra el monstruo inicial era lo que necesitabais para poder avanzar por la mazmorra. Vuestra confianza relucía tanto como vuestras armas y hechizos y pronto os enfrentasteis implacables contra el resto de las masas amorfas de sangre. Los agarrabais, los desmenuzabais y los hacíais desaparecer entre succionadores hechizos para nunca más volverlos a ver.
Yo tampoco los echaré de menos. Han estado entre las paredes de mi mazmorra suficiente tiempo, viajando libremente por las venas y las arterias para dominar el reino de este cuerpo pequeño y débil. Mi corazón es el centro de este mundo, y estos seres coagulados se creían sus verdaderos reyes.
Pero se equivocaban, porque el verdadero tirano todavía permanecía entre las sombras, esperando su turno para ser despertado.
Y eso hacía que mi corazón latiera más deprisa.
—Este es el más grande hasta el momento —dijo el guerrero, apuntando con su lanza ante el hinchado cuerpo del ser de sangre—. Ya debe ser el último.
—Acabemos con él y marchémonos de aquí — siguió la sacerdotisa, sujetando el cayado que ya zumbaba impaciente para ser de nuevo utilizado.
La batalla fue fácil, pues vosotros aventureros estabais embriagados por el frenesí de la victoria. Erais imparables. Y aunque aquel era el más grande de los elementales de sangre, no tuvo ni un instante para responder ante el experto ataque de vuestra confianza. Os sentíais invencibles, y no permitiríais que nada obstaculizara la misión de liberar a esta mazmorra de sus tiranos.
Ojalá tuviera esa confianza que empuñáis como un estandarte. Pero soy incapaz. Porque mi trabajo no es luchar sino ser luchado. Mi misión no es vencer sino ser vencido por este cuerpo que me traiciona sin miramientos. Yo soy el enemigo a ser conquistado, nunca el aventurero conquistador.
Ojalá tuvierais esa misma fuerza para vencer a lo que os esperaba. Porque una vez derrotasteis al último elemental de sangre, algo se removió entre las paredes de la cuarta cámara. Algo se agitaba, porque sabía que había llegado su turno de luchar y de matar.
Daos prisa, aventureros. No queda mucho tiempo.
Ba-dum, ba-dum, ba-dum, ba-dum, ba-dum
Cuando separasteis la rígida carne de la cuarta cámara, no encontrasteis nada. Su amplia estancia estaba vacía, solo llenada con el zumbido de mi corazón que no dejaba de latir y latir y latir.
Iluminasteis cada rincón de la carne en búsqueda de las criaturas amorfas que tan rápido habíais aprendido a vencer. Casi deseabais que apareciera uno más. Casi.
—Aquí no hay nada —anunció el mago—. Creo que podemos cerrar y marcharnos. Buen trabajo a todos.
Algunos de vosotros ya envainabais vuestras armas y cayados, preparados para aplaudir vuestra asegurada victoria. Pero algo captó la atención de la sacerdotisa. La luz de su cayado al ser guardado iluminó el techo de la cámara, revelando por el rabillo de su ojo un bulto farragoso y palpitante.
—¿Qué es eso? —preguntó con voz temblorosa.
Los demás alzasteis la vista con ella y observasteis con miradas pálidas como hielo quebradizo.
Pegado al techo con garras profundas, un bulto usurpador latía con vida propia, ajena a la del corazón al que había invadido por completo. Su cuerpo estaba cubierto por hebras blancas y fibrosas que se mecían con cada latido en una bella danza macabra. Y al sentir la mirada aterrada de los aventureros, giró su temible cabeza hacia ellos: era un dragón, un conquistador antiguo que hacía tiempo había hecho de mi mazmorra su propio reino corrupto. Los elementales de sangre eran solo peones en su camino, súbditos ante un poder mucho más terrible. Él era el verdadero jefe final de esta aventura. Él era el dragón blanco de carne dura como el metal que bramó con la fuerza de diez mil latidos desquiciados.
Los aventureros agarraron sus armas con los nudillos blancos como sus espectrales caras. Aquello no se lo esperaban. Toda la confianza que tenían guardada desapareció entre los rugidos de la bestia despertada.
—Eso no aparecía en el historial —susurró el guerrero.
—Debe llevar tanto tiempo pegado al muro del corazón —tartamudeó la sacerdotisa—. Tanto que ahora forma parte de él.
—¿Podemos dejarlo en su lugar sin tener que arrancarlo? —preguntó con un deje decaído el mago, una esperanza a la que deseaba anclarse.
—No —contestó la sacerdotisa. — Es la causa de todo lo demás. Mira su tamaño y su forma. Es una bestia en toda regla. Cuanto más tiempo permanezca ahí más riesgo hay de que muera este corazón.
Vuestras palabras me habían dado una gota de consuelo en esta era de latidos peligrosos. Y por ello os doy las gracias. Pero en el fondo sabía que no podía ser vencido. Que no había esperanza o salvación para alguien como yo. Que el dragón no podía ser arrancado de mi carne. Soy solo una mazmorra, un lugar de retos y de sufrimiento, y allí donde voy solo hago de la vida de los demás una aventura sin retorno.
—Ya estamos aquí dentro del corazón. No podemos marcharnos así sin más y no intentarlo —dijo el guerrero.
Los otros dos aventureros asintieron mientras sopesaban con sus palmas sudadas las armas de combate. Una vez más, el miedo retornaba a vosotros, pues los espectros de la duda nunca se marchan del todo. Solo esperan. Y esperan. Y esperan a que llegue su momento de ser llamados.
Y como si el dragón hubiera estado esperando también a ser reconocido, empezó a revolverse entre los muros de mi carne, mirando con sus ojos blancos a los que osaban intentar derrotarle.
Aventureros, en contra de mi incierto y complicado destino, decido confiar en vosotros. Debería haber aprendido del pasado. Pero no puedo evitarlo. Quiero seguir viviendo. Quiero seguir latiendo.
Por favor, derrotad al gran dragón. Liberadme de su yugo amarrado a mis latidos. Salvadme de esta mazmorra que me aprisiona.
Badum, badum, badum, badum, badum, badum
Las lanzas se clavaron, las espadas sesgaron, los hechizos de fuego quemaron, y las manos agarraron. Y el dragón de carne corrupta luchaba con todas sus fuerzas, negándose a ser arrancado del lugar que había poseído. Y cuanto más se rebelaba el dragón, más fuerte combatían los aventureros. Y cuanto más intensa se tornaba la batalla, más rápido latía mi corazón.
No sabía cuánto tiempo más iba a poder resistir.
—Estamos tardando demasiado, su corazón no va a aguantar —la sacerdotisa, limpiándose la sangre que había llegado hasta su rostro—. Tenemos que terminar ahora mismo.
—Pero no sabemos cómo de profundo llega —dijo el mago—. Nos arriesgamos a dañar más las paredes. Podríamos matarle aquí mismo si lo seguimos intentando.
—Morirá de todas formas si no hacemos nada. No aguantará otra operación. Ya lleva demasiadas —concluyó el guerrero.
Operación.
Sí, esa era otra manera en que los aventureros solían llamar sus incursiones. Entraban en mi mazmorra, derrotaban a los monstruos de sangre coagulada y se marchaban para que otro grupo ocupara su lugar en unos meses y saquear sin fin mi corazón. Así es el ciclo de las mazmorras. Ser derrotados y esperar a que los monstruos vuelvan para volver a repetir su eterno ciclo de incursiones.
—Cortemos todo lo que podamos y marchémonos. Tenemos que darle más tiempo a este niño.
Mi corazón latía con más fuerza, luchando por el mismo dragón que drenaba mi vida. Quería también combatir, pero él era parte de mí, de esta mazmorra, de esta carne latente que no quiere dejar de vivir. El dragón no sabe el daño que hace, y por eso no le culpo. Solo quiere seguir viviendo, y por eso lucha y lucha y lucha.
Las armas de los aventureros sesgaron la dura carne con el ceño fruncido y las manos tensas como cuerdas de arcos en guerra. No les quedaban energías para continuar. Pero se empujaban a su límite para poder salvarme. Y eso era algo que nadie más había intentado por mí hasta este instante.
Cada uno de mis latidos era mi manera de combatir. Era mi manera de resistirme. Y con cada rítmico golpe, iba perdiendo la consciencia de mi mismo. Salía de la visión de la mazmorra para contemplar la otra realidad bajo el velo de la fantasía aceptada.
—Ya queda poco —escucho decir a la sacerdotisa.— Vamos pequeño, aguanta un poco más. No dejes de luchar.
El último hilo de carne usurpadora fue cortado. Pero en vez de alivio, lo que brotó de las bocas de los aventureros fue un grito de terror al ser bañados por un geiser de sangre. El dragón protegía su tesoro. Y los aventureros lo habían descubierto a la fuerza.
—¡El tumor estaba tapando una vena! —gritó el mago mientras tapaba con un dedo la herida expuesta.
—¡Ha debido de crecer de forma anómala con los años! —siguió diciendo la sacerdotisa, que succionaba la sangre para no perderla y volver a meterla en mi interior para devolverla a su legítimo lugar—. ¿Qué hacemos ahora?
Cada uno de mis latidos me dejaba más débil. Podía sentir mi consciencia evaporarse, despidiéndose de este cuerpo amargo que solo me ha dado problemas desde que llegué a este mundo. Mi corazón es una mazmorra, y no esperaba que hubiera otro destino que el de ser destruido y abandonado. Era cuestión de tiempo.
Desde la camilla quirúrgica, con el pecho abierto y las costillas asomando, puedo ver al gran dragón devolverme la mirada con sus ojos fibrosos de carne blanca y dura. Él tampoco deseaba esto. Él solo quería morar entre mis paredes y crecer con libertad. Él es un monstruo que solo sabe ser un monstruo. Y por eso no le puedo culpar. Por eso no le puedo maldecir.
—¡Va a llegar un paro cardiaco! —gritó el guerrero al mirar el monitor de relámpagos rojos, amarillos y verdes—. ¡Traed el desfibrilador!
Badum, badum, ba…..
Tanto tiempo latiendo para ser combatido y por fin llega un silencio. Un ritmo perdido. Un descanso merecido.
Yo tampoco quería luchar durante tanto tiempo. Es agotador. Es una tortura. Para estos aventureros soy un pozo de prácticas infinitas para sus expertas y estudiosas manos. Pero para mí, es solo una batalla perdida. Y por eso he deseado muchas veces rendirme en la cama y dejar que estas paredes de carne dejaran de combatir.
Pero un corazón late aunque no lo desees. Un corazón seguirá viviendo en contra de tu voluntad, porque es lo único que sabe hacer.
Siento cómo el silencio me envuelve en el descanso del que lleva tiempo siendo mazmorra. Y lo abrazo y me dejo llevar al lugar donde van las mazmorras derrotadas, a ese cementerio de aventuras que ya no pueden ser rescatadas.
Pero entonces lo siento de nuevo.
El rayo y después el trueno.
Ba-¡DUM!
—¡Otra vez!
Mi corazón vuelve a latir. Siento el fuego vibrar en mis venas y el atronador ruido de un latido que me suena ahora ajeno.
Y los veo a mi alrededor y en mi interior: a esos aventureros que luchan por la vida que yo ya había desechado. Estos son diferentes. No buscan la gloria ni tampoco el reconocimiento. No buscan un trofeo que exponer ni el dinero que se les dará al final del día.
No. Ellos luchan por mi vida, porque es lo que han aprendido que tienen que hacer. Porque su instinto es rendirse, pero siguen avanzando para devolverme la vida. Porque un corazón es capaz de aprender a latir por otra razón diferente.
—¡Vamos, no te rindas todavía! ¡Puedes seguir viviendo! —grita el guerrero junto a la sacerdotisa y al mago, salpicando con sus lágrimas mi corazón expuesto, bañándole de sal y reviviéndole con rayos y temblores.
¿Merezco realmente vivir? ¿Merece latir una mazmorra que solo sabe atrapar y traer dolor y oscuridad a los que se acercan? Soy solo un refugio para monstruos, un hueco en el mundo que se llena de los horrores. Solo soy la aventura a ser olvidada por todos los que osan adentrarse. Si mis paredes dejan de latir nadie las echará de menos. ¿Pues quién puede anhelar la lúgubre realidad de una mazmorra?
Todo sigue en silencio en mis músculos.
Todo se va apagando.
Todas las gotas de sangre se van quedando inertes.
Estoy listo para marcharme.
Aventureros, este es el fin de la mazmorra. Lo habéis conseguido. Habéis derrotado al gran mal. El dragón tirano ha sido derrocado y su refugio destruido. Ya no vendrán más después de vosotros. Sois los últimos en pisar este corazón maldito. Marchaos de este cadáver y celebrad en vuestros aposentos lo que habéis conseguido. Os felicito por vuestra victoria. Da igual que mi corazón ya no lata, pues habéis luchado por mi hasta el último latido.
Y por ello os doy las gracias.
Adiós, aventureros. Mi mazmorra os despide en silencio.
…
…
…
Ba-dum.
Ilustración de Pedro Belushi para el relato «Mi corazón es una mazmorra»
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