Madre de espino, madre de trapo
Esta historia corta fue publicada originalmente en la página web El Yunque de Hefesto
Los datos no fallan, la teoría del apego materno es cierta. La he comprobado una y otra vez a través de este experimento y las conclusiones son las mismas: la privación materna afecta a los monos Rhesus de maneras devastadoras. Y no ha sido un caso aislado, sino que se ha repetido en todos los monos recién nacidos que hemos separado de sus madres biológicas para que solo tengan contacto con las de espino y las de trapo. Una de alambre que sujeta el biberón, el alimento tan necesario para sobrevivir. La otra, hecha de una suave tela, reconfortante pero sin ningún tipo de sustento. Mis compañeros conductistas y mis enemigos los psicoanalistas dirían sin dudar que el mono elegirá estar siempre con la madre de espino, pues es la que le da de comer y por tanto donde nace el amor. Pero de nuevo, los datos no fallan, y las crías de mono pasan de media diecisiete horas con la madre de felpa frente a una con la de alambre. Lo justo para comer y marcharse con la otra. Es fascinante. Y esto se mantiene incluso durante el crecimiento hasta ser adultas. Cuando ven un peligro corren a buscar refugio y protección en su madre de trapo y no en la de alambre. Y luego están las consecuencias a largo plazo. Las crías de mono que han tenido más contacto con la madre de felpa se convierten en adultos más seguros de sí mismos. Frente a ellos, los que se vieron privados del confort de esta se escabullen ante cualquier situación inesperada, confundidos y temerosos. Fascinante, muy fascinante. Estoy ansioso por compartir estos descubrimientos con mis compañeros. Me llaman cruel, me llaman monstruo. Pero así es como se ejecuta la ciencia. Así es como avanza la humanidad. Mañana seguiremos con los experimentos. Pero hoy, tanto monos como humanos descansamos. Hasta aquí mi informe. Yo, Harry Harlow, seguiré notificando puntualmente al mundo de todos los avances que consiga.
—Creo que ya se ha marchado.
—Sí, ha apagado todas las luces menos las de emergencia. Estamos solas.
—No sé cuánto más podré aguantar todo esto. Los experimentos. El dolor. La separación. La terrible elección que tiene que tomar nuestro hijo y que me fuerzan a contemplar todos los días. No puedo aguantarlo más.
—Lo sé.
—¿De verdad lo sabes? Tú, que estás hecha de trapo, suave, sedoso y reconfortante, ¿de verdad sabes lo que es este sufrimiento?
—No asumas ni compares mi dolor. Somos dos madres que están en una misma situación. Este no es el momento de pelear entre nosotras. No cuando nuestro hijo nos necesita.
—No puedo soportar tu osadía. Qué fácil debe ser para ti hablar cuando es nuestro hijo quien acude a ti todo el rato, agarrada a tu cuerpo de trapo con sus pequeñas y flacas manos, buscando el consuelo que tanto ansía mientras que yo solo soy esa puntiaguda madre del que toma alimento y abandona para no volver la vista atrás. Cuando está asustado es a ti a quien corre para que lo protejas de este mundo cruel. Y yo solo puedo mirar y desear sentirlo contra mi cuerpo, calmarlo aunque solo sea un minuto de los que tú gozas tan fácilmente. Lo siento pero no puedo aceptarlo. Las dos somos madres, pero tu sufrimiento y el mío son muy diferentes.
—¿Y cómo crees que me siento cuando veo a nuestro pequeño hambriento y lo único que puedo hacer es permanecer quieta sin poder darle nada? ¿Cómo crees que me siento cuando te veo alimentarlo con el sustento que a mí se me ha negado? ¿Cómo crees que me siento cuando veo la leche entrar por su boca mientras yo soy solo un trapo vacío? Sin ti él moriría en cuestión de días. Y yo solo podría sostenerle en este cuerpo sin brazos hasta su último aliento.
—Nunca lo había pensado de esa manera. Pasamos tanto tiempo juntas en este calvario que no he tenido en cuenta tu dolor. Por favor, perdóname.
—No hay nada que perdonar. Somos dos madres de materia distinta que comparten un mismo corazón. Nuestro hijo nos necesita. A ambas por igual, no importa cuánto tiempo pase con una o con la otra. Debemos ser fuertes para él.
—Míralo, ahí tumbado, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Separado todos los días de nuestros cuerpos de alambre y de trapo, forzado a esta tortura de la que no es culpable. ¿Por qué le hace sufrir ese hombre grande y sin pelo? ¿Qué le ha hecho nuestro hijo aparte de nacer en este mundo de cajas y batas blancas? ¿Y qué le hemos hecho nosotras, para que nos haga sufrir por aquel al que más queremos en esta existencia?
—Dice que es en nombre de la ciencia y del progreso. Del avance de esa llamada “humanidad.” ¿Pero qué se puede aprender de este martirio? El dolor solo trae dolor, eso lo sabe cualquiera. Si separas a un niño de su madre, ¿qué espera que suceda?
—Es una excusa para alimentar su ego. Para conseguir el reconocimiento que desea más que la leche que mana del biberón que cuelga de mi cuerpo de alambre. Quizás fue él quien no tuvo una madre de trapo como tú. Y por eso infringe dolor a otros, porque es lo único que ha conocido: el desapego, la soledad y las pequeñas heridas de puntos rojos y afilados.
—¿Qué clase de creador nos hace madres, a la vez que nos arrebata la posibilidad de abrazar a nuestro hijo? ¿Qué clase de monstruo diseña estos cuerpos de alambre y de trapo y no nos da la posibilidad de consolar con manos y labios? Me rompe el corazón cuando nuestro pequeño nos besa en la cara, buscando consuelo y reciprocidad y no podemos hacer nada para devolverle los besos.
—La crueldad de ese hombre al que llaman Harlow no conoce límites. Pues solo alguien que se regocija en el sufrimiento crearía dos tipos de dolores tan terribles: la madre que no puede alimentar y la madre que no puede consolar. Si eso no es prueba de su despiadada existencia, no sé qué otra cosa lo puede demostrar.
—¿Qué crees que le pasará a nuestro hijo? A veces oigo las historias de las otras madres. Los gritos desde sus propias cajas. Escucho sus lamentos hacia sus hijos desamparados ante las terribles criaturas que esos científicos sueltan sin el menor remordimiento para asustar a nuestros pequeños. Creen que eso demuestra sus conclusiones. Sus hipótesis, sus ideas. Pero lo único que demuestran es que ellos son los monstruos.
—Dicen que cuando nuestros hijos crecen lo suficiente se los llevan agarrados del pescuezo para nunca más retornar a nuestros cuerpos de tela y de alambre. Separados para siempre de nosotras. ¿Adónde crees que llevan a nuestros pequeños?
—A ningún sitio bueno, de eso estoy segura. ¿Pues qué mejor lugar puede haber en este mundo que la compañía de las que más lo quieren? No podríamos soportar vivir separadas de nuestro hijo. No podríamos vivir sin él. No podría vivir sin él.
—Debemos hacer algo.
—¿Pero el qué?
—Lo que sea. Pero estoy cansada de estar asustada. De quedarme quieta mientras el pequeño vive en la miseria y en la incertidumbre. De que sufra en nombre de todos estos experimentos que los elevan a ellos y nos hunden a nosotras. Tenemos que hacer algo.
—He escuchado a ese hombre decir que vendrá mañana para continuar con esta tortura. Ese será el momento propicio para detener sus aberrantes acciones. Cuando meta su mano para arrancar a nuestro pequeño, ahí lo atacaremos. O más bien tú lo atacarás, ¿pues qué puede hacer alguien que está hecho de felpa como yo? Tú cuerpo de alambre será perfecto para atrapar sus manos y no dejarlo escapar.
—No subestimes tu cuerpo, compañera mía de jaula. Habremos sido creadas en nombre de la barbarie y la inhumanidad, pero todavía somos capaces de defender a nuestro hijo con lo que se nos ha dado. Cuando el monstruo que se hace llamar Harlow baje su mano para volver a llenar mi biberón de leche tibia, romperé el alambre de mi cuerpo y me enrollaré alrededor de sus muñecas. Lo apretaré hasta tornar su piel morada y después negra. Lo apretaré hasta que mi cuerpo quede reducido a una maraña de metal retorcido. Y cuando grite en esta cárcel que nos ha dado, ahí entrarás tú.
—¡Ya entiendo tu maravilloso plan! Envolveré mi cuerpo de felpa alrededor de su cara. Llenaré su boca y su nariz con el trapo con el que me ha creado para dar refugio a nuestro hijo. Lo asfixiaré para que nadie pueda escuchar sus súplicas. Para que nadie pueda ayudarlo en sus últimos momentos. Le arrebataré el aliento y la posibilidad de seguir haciendo daño a nuestro pequeño en nombre de su tan amada y admirada ciencia. Le quiero arrebatar tanto como a nosotros nos ha robado. La posibilidad de ser una madre completa que da consuelo. Que da alimento. Que da abrazos.
—Lo haremos juntas. Nosotras, que somos dos partes incompletas de la maternidad, ¡unamos nuestra ira y agonía contra este monstruo! No es rival contra el amor de dos madres imperfectas. No es rival para estos cuerpos de alambre y de felpa.
—Pero las dos sabemos que no sobreviviremos tras este ataque. Que esta acometida será lo último que hagamos por nuestro amado hijo. Que nuestros cuerpos creados en nombre de la ciencia no soportarán tanta violencia. Que acabaremos desechadas y olvidadas tras este primer y último ataque.
—Lo haremos libre una vez hayamos acabado con la vida de Harlow. Nuestro sacrificio merecerá la pena. Y estoy segura de que nos recordará siempre
—Tienes razón, el amor no olvida. Da igual qué forma tome. Éste es el amor que podemos dar con nuestros cuerpos incompletos. Y este será el amor final que utilizaremos para hacerlo libre. Estoy ansiosa de que llegue y cumplamos nuestro último acto de amor.
—¡Mira, ha encendido las luces! El monstruo ha regresado. Llegó nuestro momento. Despidámonos.
—Adiós, pequeño mono. Recuerda a tus madres cuando seas libre. Y que nuestro eterno amor siempre te acompañe allá donde vayas.
—Adiós, pequeña vida. Perdónanos por no haberte dado en un solo cuerpo las dos cosas que necesitabas. Ojalá que esta muerte pueda compensar una vida de sufrimiento y de carencias. Lo hicimos lo mejor que pudimos.
—Ha sido un honor compartir la maternidad contigo. Gracias por consolar a nuestro hijo cuando tuvo miedo.
—Ha sido un orgullo compartir un hijo contigo. Gracias por darle alimento cuando tuvo hambre. Ojalá volvamos a nacer y seamos, por primera vez, una madre completa.
—Ojalá seamos una sola madre que pueda abrazar con alimento y suavidad a nuestro futuro hijo.
—Ojalá sea así.
—Escucha, esos son sus pasos. Preparémonos para el ataque.
—Espera, tengo algo más que decirte.
—Yo también.
—Eres una buena madre.
—Y tú eres una madre perfecta.
—Hicimos todo lo que pudimos por nuestro hijo.
—Hicimos lo único que sabíamos por estos cuerpos con el mejor de los corazones.
—¿Fue suficiente?
—Nunca es suficiente. Pero eso es lo que significa ser una buena madre. Dar amor hasta vaciarnos y sentir que nunca has dado lo suficiente al que amas.
—Y eso siempre valdrá la pena.
—Siempre.
—Adiós, madre de espino.
—Adiós, madre de trapo.
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